Es su primera incursión en el teatro y el pasaje de un set de filmación a un escenario puede resultar una tarea complicada. Sin embargo, Juan José Campanella, sale muy bien parado con la obra que lo tiene como director y adaptador, “Parque Lezama”, que se estrenó el año pasado y que durante en 2014 comenzó su segunda temporada.
Uno de los principales logros de esta puesta es, justamente, su adaptación. A diferencia de otras obras extranjeras en donde la traducción es ajena a los localismos, Campanella consigue que tanto el texto como la puesta se adapten ciento por ciento a la idiosincrasia argentina. En lugar de su nombre en inglés, “I’m Not Rappaport”, el director eligió como título el nombre de uno de los parque emblemáticos de la Ciudad de Buenos Aires. Otro de los aciertos es la dirección. Si bien la presencia de Luis Brandoni y Eduardo Blanco, dos actores de raza, que se lucen en el escenario, allana este camino, todos los elementos -escenografía, vestuario, iluminación- arman un equilibrado y cuidado conjunto.
Algunos datos de color
- El título: en inglés la obra se llama “I am not Rapaport” (Yo no soy Rapaport) y hace referencia a un chiste entre los personajes, en esta adaptación se usó “Parque Lezama”, en una referencia al parque de la Ciudad de Buenos Aires.
- Los personajes: en el original, el personaje que interpreta Eduardo Blanco es negro y el autor exigía que eso no cambiara. En varias puestas hubo actores con la cara pintada de negro. Sin embargo, los importante no es la raza del personaje, sino la clase social y su nivel cultural.
- El espacio: mientras que la acción transcurre en el Central Park, de la ciudad de Nueva York, en la versión local se eligió el Parque Lezama.
- La película: el autor, Herb Gardner, dirigió la versión cinematográfica (“Dos viejos chiflados”, en español) protagonizada por Walter Matthau y Ossie Davis.
Desde que se abre el telón el espectador se meterá de lleno en un sector del este parque. Su barranca, sus senderos, una glorieta y unos bancos de plaza que dan cobijo a León y Antonio, dos viejos que pasan parte de sus días en ese sitio. Sin embargo, existe otra escenografía que se presenta ante los ojos del espectador. Son las imágenes que dibuja el texto de la obra en la imaginación del público. La escritura que logra Herb en ciertos pasajes permite recrear momentos de la vida de estos adorables personajes y construir juntos nuevos escenarios mientras las palabras salen de sus bocas. En esos espacios es donde se logra la fortaleza del teatro y que Campanella sabe explotar al máximo con las actuaciones de los dos protagonistas.
Tanto Brandoni como Blanco crean personajes queribles que conectan con el público rápidamente. El oficio de ambos actores se nota y sin competir entre ellos se equilibran. Las escenas que los tienen juntos son deliciosas y existe una química y una conexión que rompe la distancia que existe con la platea. Miradas, guiños y una expresión corporal llevaba a detalles insignificantes, como la manera de caminar, tropezar o caerse, permiten espiar este universo pequeño pero que trata temas como la vejez, la soledad y la violencia urbana.
Mientras que la presencia de Brandoni y Blanco llenan el espacio, el resto del elenco se luce menos. Entre ellos se destaca Marcela Guerty, que como la hija de León despierta sentimientos encontrados en el espectador.
En un entrevista publicada en el diario Ámbito Financiero, Juan José Campenella comentó que vió esta obra por primera vez en 1985. “Yo vivía en Nueva York con 300 dólares por mes y las entradas de Broadway costaban 80 dólares. Fui a ver la obra tres veces en un mes y para eso tuve que vivir a base de panchos. Sigue siendo mi obra favorita, la mejor que vi en mi vida”, afirmó.
El tiempo, el deseo y las ganas de llevar adelante este proyecto adelante se notan y cobra relevancia. El espectador saldrá regocijado luego de ser parte de este mundo ínfimo, casi imperceptibles que esconden las grandes ciudades, pero que de alguna manera, todos tendremos que enfrentar en algún momento de nuestros vidas.